La iglesia universal y la iglesia local (I)

“Edificaré mi iglesia” Mateo 16:18 Mateo 16 es un punto de inflexión en el ministerio del Señor Jesús. Las cosas a partir de este capítulo son diferentes. El Señor preguntó a sus discípulos, “¿Quién decís que soy yo?” En este punto, Pedro hizo la gran confesión, “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:15). Sobre esta confesión, que llamaríamos el fundamento, Jesús revela, “Sobre esta roca edificaré mi iglesia” (Mateo 16:18). A manera de ilustración, podríamos decir que hasta entonces Jesús había hablado o interpretado con “la partitura de Israel”. Desde este momento comienza a interpretar otra música, otra “melodía”, la de la iglesia, “misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres como ahora ha sido revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu” (Efesios 3:5). No leemos de ninguna reacción de los discípulos a esta palabra de Jesús, pues con toda seguridad escapó a su comprensión. Lo cierto es que la promesa hecha por el Señor se ejecutó cuando la iglesia entró en existencia el día de Pentecostés. El libro de Hechos describe los aspectos históricos de tal suceso, mientras que el apóstol Pablo dio su significado espiritual y doctrinal cuando escribió, “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se...

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Nuestros dolores (II)

“Sufrió nuestros dolores” Isaías 53:4 Al cargarse con nuestros dolores, Jesús conlleva también otras cargas que los seres humanos ya no tenemos que llevar y que hubiesen sido nuestras. Tenemos que él lleva la carga del dolor por el pecado. El hombre pecador sufre solitario por sus faltas delante de Dios. Nadie puede sentir lo que el pecador siente, nadie puede compartirlo internamente y así aliviar su dolor. Es que este dolor surge como consecuencia de nuestro pecado pues el Hijo de Dios fue probado y no pecó, fue tentado “en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15). Luego, sus dolores fueron consecuencia de que realmente se cargó con nuestros pecados, haciéndolos suyos. Sus dolores los sufre de manera real, y constituyen una prueba de que Jesucristo efectivamente sí cargó nuestras culpas, pues su mente y alma, que nunca se contaminaron con el pecado, repentinamente son testigos de que el Hijo de Dios se ha adjudicado nuestras faltas y este hecho se manifiesta en toda su intensidad en su ser. El sufre “nuestros dolores”, es decir la angustia, la ansiedad y el desasosiego extenuante de una manera copartícipe, con todo lo que esto significa para quien nunca tuvo antes que arrepentirse de siquiera alguna ofensa o culpa. También Jesús nos evita llevar la carga del pecado no expiado. Esto no lo podemos dimensionar a cabalidad. Lo cierto...

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Nuestros dolores (I)

Hay mucho dolor en este mundo y, en cierto sentido, así tiene que ser. Desde el pecado del hombre y a la caída, todo se vuelve más difícil. Notemos que en el lenguaje griego –en el que se escribió el nuevo testamento– hay nueve palabras para expresar el dolor humano. Es que el dolor es parte importante de nuestra vida.

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El bautismo de Jesús en el Jordán (I)

“Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él” Mateo 3:13 El pasaje de Mateo 3:13-17 Jesús es introducido al pueblo y al mundo –para iniciar lo que se llama su ministerio público– y es públicamente reconocido, validado y engrandecido por su Padre. Por treinta años el Hijo de Dios ha estado en completa sumisión, velado, esperando el instante de su presentación pública. Juan el Bautista le señala: “He aquí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29), y el Padre le da un reconocimiento extraordinario delante de toda la creación: “Este es mi hijo amado en quien tengo complacencia” (v. 17). Jesús viene al Jordán “para ser bautizado por Juan el Bautista” (v. 13), y este río está cargado de simbolismo. En este río el acercamiento del reino de los cielos se hace realidad. El paso de Israel bajo la guía de Josué nos presenta extraordinarias analogías cuando lo contrastamos con el bautismo de Jesús. Josué también se constituye aquí en un arquetipo de Jesús. Juan estaba bautizando en Betábara (Juan 1:28), en el mismo lugar donde Israel cruzó bajo el mando de Josué. Josué cruzó el Jordán, dejando definitivamente atrás la esclavitud del pueblo de Israel para entrar en la tierra prometida (Josué 3); fue su líder y libertador a continuación de Moisés. En el mismo Jordán, Jesús...

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El reino de los cielos se ha acercado (III)

“Y no penséis decir dentro de vosotros mismos: ‘A Abraham tenemos por padre’. Porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras” (Mateo 3:9) Para los judíos, Abraham era su referente máximo. Patriarca de todos ellos, su bien conocida justicia y rectitud les daba la confianza de beneficiarse de las bendiciones y del favor de Dios. Ellos confiaban en la justicia de Abraham para vivir y no ser juzgados ni castigados por sus pecados. Hay muchos que en el día de hoy confían en sus familiares, cristianos verdaderos, para no ser condenados. Otros incluso pretenden que por el hecho de que algún familiar tiene algún cargo religioso ya tienen ganada la aprobación de Dios y un trato especial. Lo cierto es que Jesús vino en gracia y también en juicio (Lucas 2:34, Isaías 11:3-5, Isaías 61:1-3, Hechos 17:30-31). Juan prosigue diciéndoles: “Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego” (Mateo 3:10). “El hacha” estaba sólo a 40 años de ser utilizada por Dios, pues el año 70 Jerusalén fue destruida y los pretendidos hijos de Abraham perecieron en su dureza y desobediencia. El mensaje de Juan el Bautista prosigue solemne: “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el...

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