Autor: rc

La cruz de nuestro Señor Jesucristo (VII): el lugar de la reconciliación (b)

El pecador está en una dualidad frente a Dios: es objeto de su ira a causa de su pecado, y el mismo tiempo de su amor porque Dios es amor y anhela salvarle.   “Fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” Romanos 5:10 El cambio que ocurre en la reconciliación no es que Dios el Padre comience a amarnos, sino que somos ahora aceptables a él pues el pecado al cual él está eternamente en oposición es quitado en Cristo. En palabras de la Biblia, dejamos de ser “hijos de ira” (Efesios 2:3) y venimos a ser “hijos de Dios” (Juan 1:12). El pecador que ha sido al mismo tiempo objeto de ira y objeto de amor ahora disfruta de la bendición de no estar ya bajo la ira. “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación” (Romanos 5:8-11). La reconciliación implica el fin de un estado de enemistad con Dios. El pecador que vive su vida “normal” no está en una condición neutra. Es enemigo de Dios y además un...

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La cruz de nuestro Señor Jesucristo (VI): el lugar de la reconciliación (a)

“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo ser pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” 2 Corintios 5:21 Pablo establece en 1 Corintios 5:7 que la sangre del Señor Jesucristo es una protección de la ira que destruye, tal como la sangre del cordero de la Pascua lo fue al israelita: “Porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros”. La ira destructora no contradice el hecho de que Dios es amor, y que en su Hijo también coexisten estas dos características: “Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino; Pues se inflama de pronto su ira” (Salmo 2:12). Más aún, se nos habla de la “ira del Cordero” (Apocalipsis 6:16). Si la muerte del Señor fue la forma directa de obtener nuestro perdón y protección de la ira que merecíamos, entonces verdaderamente hemos sido comprados –cuerpo, alma y espíritu– por la sangre de aquel que nos salvó, y pertenecemos a él. Esto no sería posible si la muerte de Jesús fuera el resultado solamente de la maldad de sus enemigos, es más que eso, está la voluntad de Dios comprometida en su muerte en la cruz. El Señor nos redimió, nos rescató por precio, nos compró a nuestro dueño, en este caso, el dueño era “la maldición de la ley” (Gálatas 3:13) tomando la maldición sobre sí mismo… en el...

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La cruz de nuestro Señor Jesucristo (V): el lugar de la propiciación

Si Dios es amor, y Dios es luz, si en él no hay ningunas tinieblas, ¿cómo entonces puede, acaso, perdonar al pecador? “Apartaos de mí, todos los hacedores de iniquidad” Salmo 6:8 Si aceptamos su enseñanza, debemos entonces concluir que debe existir una sobremanera poderosa razón que explica por qué un Dios de Amor actúa tan severamente en juicio con el pecado. La respuesta es que él es Luz (1 Juan 1:5), así como es amor (1 Juan 4:7). La ira de Dios, por lo tanto, está en armonía con lo que nuestro Señor enseñó y debemos, por tanto, encontrar un lugar donde se reúnen su amor y su luz, su amor y su santidad, cada una en plena satisfacción. Una vez obtenido esto podemos satisfactoriamente explicar su perdón amplio, libre y absoluto. Leemos en Romanos 3:23-26: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” Pablo no da explicaciones acerca de por qué Dios castiga. Más...

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La cruz de nuestro Señor Jesucristo (IV): donde el Hijo de Dios sufrió personalmente por nuestros pecados

Claramente hay algo errado en el razonamiento que compara a Dios con un padre humano ideal. En su trato con los perdidos, Dios no es un padre humano ideal y nunca lo será. “Mediante la sangre de su cruz” Colosenses 1:20 De la misma manera que el agua hirviendo quema el cuerpo y hasta desprende la piel, el pecado causó ya una degradación espiritual y una disociación de Dios, un alejamiento que corresponde a la muerte espiritual. Esta es la paga del pecado o los honorarios del pecado y se hace personal en cada ser humano desde el momento en que el ser humano adquiere conciencia o responsabilidad delante de Dios. Sabemos que la salvación es personal, y no hay salvaciones colectivas (“el que en él cree…”), sin embargo, el juicio no es menos personal que el perdón. El castigo del pecado es inherente en la naturaleza de Dios, mas puesto que Dios es un ser existente personal, está directa y personalmente involucrado en realzar y esta su ley, partiendo por la que dice que “la paga del pecado es muerte”. Tal como nuestro Señor enseña, él cumple la ley directamente y judicialmente y debe pagar personalmente. Así de sencillo y así de tremendo. El tema ya lo hemos mencionado otras veces. Antes de entrar en el tema de la cruz de Cristo propiamente tal, debemos decir que el siervo...

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La cruz de nuestro Señor Jesucristo (III): lugar del necesario derramamiento de su sangre

Entre los llamados cristianos del día de hoy existe una divergencia fundamental de opinión en cuanto a lo que concierne con nada menos que la base de la salvación del hombre, en la cruz misma y su significado. ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?” Lucas 24:26 Esta es una edad tolerante, y la tolerancia no siempre es buena. Lo es indudablemente en el matrimonio, pues implica dejar de lado el yo por el tú. Es el amor sacrificial o, como también se le ha denominado, el amor extravagante del esposo por la esposa y viceversa. Sin embargo, la tolerancia hace mal al cristiano ya que en los asuntos concernientes a la fe debemos ser más bien intolerantes donde Dios es intolerante y tolerantes donde Dios es tolerante. Nada más, nada menos. Así, muchos hallan, de hecho, difícil considerar la doctrina evangélica de la expiación sin expresar hasta una cierta repulsión y disgusto. Otros, sin embargo hallan en la expiación el fundamento de la paz y gozo del corazón, y la fuente de la victoria en la vida. La línea divisoria entre estos puntos de vista no es social, cultural ni económica, sino que se sustenta en el concepto que tenemos acerca de Dios, acerca del pecado, acerca de la condenación, acerca de la salvación. A muchos ofende el texto “sin derramamiento de sangre no se hace remisión”...

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