Autor: rc

Iván y la estampilla

“No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres” Romanos 12:17   Iván andaba por la calle con su papá. Los dos habían sido invitados por el señor González a ver su colección de estampillas postales. “Papá,” preguntó Iván, “¿el señor González tiene más estampillas que tú?” “Sí, es filatélico por muchos años,” replicó el señor Toro. “Yo empecé a juntar estampillas hace dos años no más.” Los dos continuaron conversando del alto valor de ciertas estampillas. Todo el mundo sabía con cuánto cuidado este caballero clasificaba sus estampillas, poniéndolas en libros especiales y así estaban bien protegidas. El señor González recibió a sus dos visitas en la puerta y los llevó directamente a su estudio. Iván no había estado en una pieza como esta antes. Se fijó en una sección bien iluminada, y varias lupas para examinar los sellos. Con mucho orgullo, el señor González sacaba libros de estampillas, dando algunos datos históricos. Iván estaba admirado al ver tantas lindas estampillas de diferentes países. El señor González sacó un sobre con sumo cuidado, diciendo: “Ahora voy a mostrarles algunas que acabo de recibir. Me costaron mucho dinero.” Iván sintió un fuerte deseo de comenzar a juntar estampillas como su papá y el señor González. Los dos hombres conversaban sobre los sellos y no se fijaron en Iván, quien se había agachado para recoger...

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Obra probada por fuego

El fundamento ya está puesto, es Jesucristo. Pero… ¿cómo sobreedificamos? “La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará” 1 Corintios 3.13   Pablo comienza esta sección aludiéndose a sí mismo y a Apolos, diciendo humildemente que solamente eran siervos por los cuales los corintios creyeron. Mencionó sendas actividades de los dos, es decir, Pablo plantó (la iglesia en Corinto), y Apolos siguió con ministerio para regar lo plantado. Ya que hubo crecimiento después, no se debió ni a Pablo ni a Apolos, sino a “Dios, que da el crecimiento.” No hay lugar aquí para jactancia, sino un reconocimiento honesto de la actividad divina sobre la actividad humana.   Si bien es cierto que Dios da el crecimiento, habrá recompensa para los colaboradores y su recompensa será conforme a la calidad de la labor de cada uno. No se trata de favoritismo, sino de justicia aplicada a la labor de cada uno. Dice Pablo, nosotros nos vemos sencillamente como colaboradores de Dios, y vosotros, labranza y edificio de Dios. Ya había usado la figura de plantar y regar, por eso habla de la labranza. Pero va a cambiar la descripción de la actividad, y por eso habla de un edificio en construcción. Reconoce que si ha logrado...

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“Soy yo, no temáis”

  “Jesús no había venido a ellos” Juan 6:17   Los evangelios relatan detalles acerca del Señor Jesús, y leemos que ciertos eventos no acontecieron por que “su hora no había llegado.” Juan 7:30; 8:20. Se refiere al momento en que Jesús moriría en la cruz para hacer la obra de redención. Tal momento no iba a ser un “accidente”, sino según “el designio de” la voluntad de Dios. Efesios 1:11 Vea Juan 13:1, “su hora había llegado.”   Después del milagro en que Jesús multiplicó los panes y los peces, Jesús entendió que las personas favorecidas iban a apoderarse de Él para hacerle rey. Ya que no era “la hora” para eso, se retiró al monte solo. Al anochecer, los discípulos tomaron la barca y comenzaron la travesía del lago de Galilea hacia Capernaum. Estaba oscuro y los discípulos habían remado unos cinco kilómetros cuando los vientos ruidosos levantaron las olas que golpeaban en la barca, llevándola de cresta en cresta, produciendo terror en el corazón de los discípulos navegantes. Al parecer, Jesús tenía la intención de estar con ellos, pero todavía no llegaba. De repente, por sobre el ruido del mar agitado, se escuchó la voz de Jesús, “Yo soy; no temáis.” ¡Que alivio para los discípulos! Tan pronto que Jesús entró en la barca, llegaron a Capernaum, aldea cuyo nombre significa, “Aldea de Consuelo.”   Hay...

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Vencer el desaliento

Regocijarse en Dios y en sus favores es una maravillosa manera de vencer el desaliento y la depresión, pues aparta de sí mismo los pensamientos y quita la importancia al yo. “Bendice, alma mía, al Señor, y no te olvides ninguno de sus beneficios” – Salmo 103:2   Hay personas que pasan por períodos de desaliento y muchos desean vencer estos tiempos de angustia. Han sido aconsejadas que con la ayuda de Dios, pueden lograr alivio de la tormenta emocional. En verdad, son varias las causales del problema y para algunos casos, se necesita ayuda profesional para su tratamiento. En otros casos, cuando el problema tiene su origen en la condición espiritual del individuo, el remedio está en la misma enseñanza de la Biblia.   Un predicador del evangelio se sintió desanimado en una oportunidad y se lo confidenció a un amigo cristiano. Este le preguntó si durante el transcurso de los años había tenido la práctica de reconocer en forma específica lo que Dios había hecho en su vida a través de otras personas. Dijo que sí pero cuando su amigo le preguntó: ¿Y agradeciste a alguno de ellos en forma individual? el predicador admitió no acordarse de haberlo hecho. Su amigo le propuso que escribiera una carta a uno de ellos para expresarle su gratitud. El predicador lo hizo, y cuando supo que su carta había sido...

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“Dejad ir a éstos”

El Señor Jesucristo continúa ejercitando su poder soberano a favor de nosotros. Tal como lo hizo por sus discípulos la noche que fue arrestado.   “Respondió Jesús: Os he dicho que yo soy; pues si me buscáis a mí, dejad ir a éstos” Juan 18:8   Había entrado el sol, y el Señor Jesús se encontraba en el huerto de Getsemaní, junto a sus discípulos. Ya había orado al Padre acerca de su muerte cercana, aceptando la copa amarga que significaría morir en la cruz. El Señor está con sus discípulos, mientras una turba se acerca, guiada por Judas Iscariote. Con un beso ha de indicar a los soldados quién es Aquel a quien quieran arrestar. Al identificarse como el YO SOY, nombre perteneciente sólo a Dios, los soldados caen postrados a sus pies, cosa que no estaba dentro de sus planes. Ya pasada la sorpresa y de nuevo en pie, insisten en llamarle Jesús nazareno. Inmediatamente el Señor Jesús les ordena que dejen irse sus acompañantes. “Si me buscáis a mí, dejad ir a estos”, dice. Es llamativo que en el despliegue de la fuerza religiosa del pueblo judío, Jesús ejerce un poder superior, él de un Rey Soberano. ¡Ordenó y se cumplió! El relato se halla en el evangelio de Juan, capítulo 18, los versos 1 al 11. Todo cristiano verdadero puede tomar consuelo de esta narración...

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